lunes, 28 de junio de 2010

Dios perdona el pecado, pero no el escándalo

Ya que el tiro me salió por la culata, aquí está el post respectivo.

La idea es no repetir un tema ya mencionado, lo cual, considerando mi frágil memoria, me complica la vida, así que espero que esta entrada vaya acorde y el tema escogido no sea repetido.

¿Quién no pasó por algún roche en su vida? ¿Quién no quiso que, en determinado momento y/o circunstancia, la tierra se lo trague? Yo soy uno de ellos. He pasado por una considerable cantidad de roches a lo largo de mi vida; es más, podría decir que mi vida está lleno de ellos.

Aquí comparto alguno de los que más recuerdo y, por ende, los que más me marcaron. Hasta ahora.

UNO

Tan solo al nacer, entre llanto y emociones, terminé orinando al doctor que tuvo la gentileza de recibirme –junto a mi abuela– cuando llegué al mundo (en realidad ya estaba en el mundo, solo que encerrado en la panza de mi madre). Una vez en la sala donde colocan a todos los bebés, estaba yo vestido con un traje de color rosado. Miren esa bebé, qué linda. No, mira bien, es hombrecito. Ay pero como lo van a vestir así. La expectativa en mi familia era que Susana, mi madre, tendría una hija, todo por dejarse llevar por la forma que tomó su panza y no sé qué tanta chuchería más. Salgo de la clínica. En mi casa me esperaba mi cuarto rosado y ante la sorpresa tener un vástago macho, no les quedo otra más que decir es porque eres del Sport Boys.

DOS

Mi primer día en el nido estaba emocionado. La idea de conocer nuevos compañeros para jugar me alegró. Las ideas que mi madre y mi padre me decían hacían que al nido lo vieran como el mejor lugar del mundo. Me sentía más entusiasmado conforme los días pasaban y llegaban al inicio de clases. Lo que no me contaron es que mi madre tenía que dejarme allí y tenía que regresar a la casa para hacer los quehaceres del hogar. Me enteré de ello en la puerta del que fue mi salón. Lloré y lloré, no quería que mi madre me dejara allí con la profesora que tenía toda la pinta de ser una solterona y que trabajaba en un nido porque era la única manera de tener un niño bajo su cuidado, porque la condenada sí que era fea. Los alumnos aprendían las lecciones por puro miedo de tan solo verla. Y yo seguía llorando mientras mis nuevos compañeritos y compañeritas me miraban, algunos riéndose, otros gritando ¡llorón!

TRES

Mi primera actuación en el nido fue por el día de la madre. Todos mis compañeritos y yo tuvimos que pararnos en fila y recitar un poema. Estuvimos ensayando por varias semanas para que todo saliera bonito. Pero claro, siempre hay alguien que no recuerda las pautas que mencionaba la profesora (sí, la fea). Ese era yo. Cuando todos debían callar en determinado momento del recital, yo no callé, y seguí recitando el poema solo, inventando versos que no venían al caso con mi voz aguda como un pito y con uno que otro gallo. Cuando me di cuenta ya era tarde, mis compañeritos se estaban burlando de mí, y las madres –incluida la mía– que estaban de espectadoras también.

CUATRO

En el colegio, en segundo grado, a la edad en la cual uno tiene los dientes de leche, en un momento, digamos, romántico, estaba junto a Melisa, la niña más linda del aula (al menos para mí), recordando y repitiendo las sabias enseñanzas de mi padre para declararse a una chica. Lo que no me enseñó fue qué hacer cuando uno de tus dientes sale disparado hacia tu futura conquista y le mancha la chompa del colegio y le dice al resto de alumnos que eres un tonto y que no quiere estar contigo. Aún guardo aquel diente.

Al poco tiempo del altercado del diente de leche, a la profesora de Lenguaje un día se le dio por no dar permiso a nadie para ir al baño. A nadie. Pienso que fue porque, al igual que el ogro del nido, era una solterona del carajo. Y para mi mala suerte, ese día tenía unas ganas mayores a la de otros días de ir al baño. No podía aguantar y con toda la serenidad que tenía hasta ese momento, levanto mi mano y digo miss, ¿puedo ir al baño por favor? La profesora volteó, me miró como si le hubiese mentado la madre (debí haberlo hecho: merecido se lo tenía) y mirándome fijamente a los ojos me dijo ¿no entiendes que nadie sale al baño? Ya no podía aguantar más: mi vejiga estaba al tope. De pronto, sentí un calorcito que recorría mis piernas. Al poco rato había un charco de tamaño considerable alrededor de mi asiento. Uno de mis compañeros me pasó la voz y me dijo oye, mira tu lonchera, se está derramando, y yo ya déjala ahí no mas, después la limpio. Otro compañero vio lo mismo, pero éste, a comparación del otro, era el jodido de la clase y no tuvo mejor idea que acercarse y oler el charco, me miró con maldad y se encargó que, a los pocos minutos, todos en el aula me gritaran ¡meón!

CINCO

Mi padre regresó de su viaje a Japón. Estaba toda la familia en mi casa dándole la bienvenida. Yo estaba jugando fútbol con mis primos y amigos. Llamé a mi padre y le dije papá, ven a ver como juego, y él a ver hijito muéstrame cuanto has aprendido. Empecé a jugar y sentí que estaba en el mundial, era mi viejo y tenía que demostrarle que sabía jugar fútbol. Me pasan el balón, quise hacer la jugada que mejor me salía: la bicicleta. Me tropiezo con la pelota y caigo como un estropajo y quedo inerte sobre el suelo. Todos empezaron a reírse, incluido mi padre.

SEIS

Mi primer viaje al extranjero lo hice solo. Por ser menor de edad tuve que estar acompañado durante todo el viaje por una aeromoza. En pleno vuelo me sentí muy mal, estaba mareado. La aeromoza estaba durmiendo en el asiento de al lado. Quise pasarle la voz –le pasé la voz– y decirle lo mal que me sentía, pero más profundo era su sueño. No aguante más y cogí la bolsa que tenía cerca. No me di cuenta que estaba rota y, finalmente, terminé vomitando sobre la aeromoza. Después de todo su sueño no fue tan pesado: despertó rápidamente a refunfuñarme.

SIETE

Me voy a vivir al extranjero. Es mi primer día de clases en mi nuevo colegio. El coordinador pide que me pare en frente de todo el salón y me presente. Lo hago. Cuando termino escucho las risas de todos hacia mi persona. Pienso que, seguramente, les debe parecer gracioso el acento extranjero que tengo y que resalta a simple vista. Estaba equivocado: me doy cuenta que todos están mirándome ahí abajo. Cuando miro, me doy cuenta que tengo la bragueta del pantalón abierta y por ella una parte de mi camisa sobresalía simulando un falo apático.

OCHO

Estaba en la clase de química. Recuerdo que la profesora emanaba un fuerte olor de sus sobacos. Tenía la urgencia de ir al baño. Teniendo como antecedente el problema con la solterona, no pedí permiso, tan solo salí corriendo –sin que se dé cuenta– del aula. Llego al baño y entro a una gaveta. Cuando termino y salgo me percato que no están los urinarios que siempre hay en los baños de hombres. Pensé que los habían retirado para darles mantenimiento. En ese momento, entraba un grupo de chicas. Me vieron y quedaron pasmadas. Reaccioné y supe que por error había entrado al baño de mujeres. Sin piedad comenzaron a gritar ¡mañoso, cochino! Y no pararon hasta que llegara a oídos del coordinador.

NUEVE

Pasan los años y regreso a Lima a vivir. Estoy en el último año de colegio, a punto de graduarme. Previo a ello, nos fuimos a Cuzco para el viaje de promoción. Luego de un agitado día lleno de tours y largas caminatas y grandes comilonas, en la noche, nos fuimos a una conocida discoteca de la ciudad. En medio de toda la diversión y algarabía, el kapchi que comí me cayó mal. Tuve que ir al baño con suma urgencia dejando en plena pista de baile a quien por aquel entonces era mi enamorada. El baño de hombres estaba ocupado y yo no podía aguantar más. Fui al de mujeres y por suerte estaba abierto. Qué alivio. De pronto, las tres chicas más populares y lindas de la promoción (entre ellas mi ex pareja) entran al baño sin avisar (tanto fue el apuro que olvidé colocar el seguro a la puerta). Me encuentran sentado en el inodoro haciendo un gesto difícil de descifrar. No sé qué clase de sonrisa es la más apropiada para esa circunstancia.

DIEZ

La fiesta de promoción. Día perfecto para que todos estén al tanto de las parejas que irán, de la ropa que usarán y de todo lo demás que se preste para el raje. La chica con la que iba a ir, por algún motivo, dos días antes de la fiesta me cancela. La chica era mi ex pareja y pienso, ahora, que no quiso ir conmigo por el roche de la discoteca en Cuzco. Nunca me perdonó: te dije que no comieras eso, te dije que te iba a caer mal y ya vez lo que pasó, me resondró y desde ese entones dejamos de salir. No había pasado ni un mes desde aquella circunstancia en el baño. La herida estaba fresca aún. Ya no quiero ir contigo, me dijo, y yo pero ¿por qué?, y ella disculpa, no puedo; además, tú y yo ya no estamos. El día de la fiesta llegué al Centro de Convenciones del María Angola solo. Estaba repleto. Quise entrar. El encargado me dijo ¿y tu pareja?, y yo no tengo, y el encargado ¿Cómo que no tienes pareja?, y yo no tengo pues, qué hay de malo, y el encargado riéndose me dijo espérate que pasen primero los que tienen, después entras tú. Una vez que todos ingresaron me tocó a mí. Luego, al final del túnel por el que tuve que pasar, me esperaban las cámaras, los flashes y las miradas atentas de toda la promoción para ver con quien había ido. No sé qué clase de sonrisa es la más apropiada para esa circunstancia. Más aún al ver a mi ex pareja, a la que se suponía que iba a ser mi pareja de baile y de varias cosas más, besándose con su ex enamorado.

Dios perdona el pecado, pero no el escándalo.

Y ahora, para terminar, dejo la pregunta de rigor:

¿Cuántos roches memorables han tenido en su vida?

6 comentarios:

Kevin morán dijo...

jajajjaja en mi vida yo he podido superar los roches, aunque me torturaban cuando pasaban.

creo que sera mejor no recordarlos.

saludos!!!!!!

:P dijo...

Jajaja que gracioso enserio. Yo he tenido mil roches, de ellos el más memorable fue cuando era tarde para llegar al colegio en 3ero de secundaria y llegué a entrar pero seguí corriendo para que el auxiliar no me viera y asi poder ponerme en la formación, pero de pronto trastabillé y caí de panza y todo la secundaria se ganó y el chico que me gustaba se rio tanto que puedo jurar que le ví el estómago. Y tu roche número 4, puedo jurarte que tambien fue el mío jajaja

Saludos

Evy dijo...

hahaha wow! incontables!~ pero el que nunca olvidaré es la vez que me encerraron en el baño de hombres en la escuela. Estaba totalmente avergonzada T_T y todos los chicos me miraban y se reían y nadie me abria la puerta ¬¬!
en fin :) un abrazoo

Damian dijo...

el número 5, es mas rochoso, mucha gente te estab viendo, que fea nota caerse, que roche

Pumara dijo...

jajaja no pueden tantos roches en la vida, que mala suerte tienes

Noé Alvarado dijo...

jajaja que buen post!!
Me imagino la cara de la aeromoza toda llena de vomito.
jajajaj

excelente post

 
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